Preparados, listos, ¡ya!
¿Alguna vez habéis tenido la sensación de que os tenéis que “preparar” para lo que va a pasar? ¿Os habéis sentido agotados antes de empezar? ¿Soñáis con eso que tenéis que afrontar, o tenéis miedo de afrontarlo? ¿Repasáis las posibles consecuencias de vuestros actos mil y una veces antes de decidiros a actuar?
Si habéis respondido que sí a una o varias de esas preguntas, seguramente experimentéis ansiedad anticipatoria. Esto nos pasa a todos porque en cierta medida, sentir estrés o prepararse para algo es sano. El problema surge cuando nos vemos sobrepasados por el miedo o siempre que tenemos que hacer algo, por nimio que sea, nos entra ese no se qué que qué se yo.
La ansiedad anticipatoria puede venir acompañada de otros síntomas como somatizaciones (¿a quién no le entran ganas de ir al baño antes de un examen?), trastornos del sueño como insomnio o pesadillas, distorsiones cognitivas (“seguro que me pasará algo horroroso”) y un largo etcétera. Eso es porque el miedo asociado a ese acontecimiento es desmedido, nos imaginamos un peligro que muchas veces no va a aparecer, pero a nuestro organismo le da lo mismo, ya que empieza a ponerse en marcha.
Ligados a las somatizaciones, hay un rosario de síntomas físicos cuando empezamos a “imaginar” lo que nos puede pasar en el futuro: palpitaciones, dolor de barriga, mareo, sudor frío, sensación de irrealidad,… Estas respuestas fisiológicas aparecen por algo tan sencillo (y a la vez tan complejo) como nuestros pensamientos.
Nuestras cogniciones negativas surgen ante un estímulo que tememos (puede ser una cita, un resultado académico, un acontecimiento, etc.). Ante algo que ha de suceder, podemos pensar de dos formas: de forma objetiva o subjetiva.
La forma objetiva es la “neutra”, ya que no asociamos consecuencias negativos per se a ese futuro acontecimiento: En realidad estamos imaginando cómo vamos a actuar o qué va a suceder ante algo que aún no ha pasado, con lo cual lo más sano es no atribuir consecuencias catasfróficas a nuestros actos (“tengo un examen, debo prepararme para ello y a ver cómo va”).
En la forma subjetiva (le vamos a llamar ansiógena), nos convertimos en adivinos y sabemos que lo que va a derivar de ese acontecimiento futuro es algo malo: “tengo un examen y seguro que voy a suspender”. Ante ese pensamiento, que vivimos como una certeza, aparecen esos síntomas físicos y esa ansiedad de la que os hablo.
¿Cómo podemos reeducar nuestros pensamientos para que no nos hagan sufrir estas incomodidades? O mejor aún: ¿podemos dejar de tener ese tipo de pensamientos?
La respuesta es sí, pero con mucho trabajo. Para empezar a reducir nuestra ansiedad anticipatoria es fundamental saber identificarla, poder ponerle un nombre a esas sensaciones que aparecen en momentos de estrés o incertidumbre.
Y sí, siempre es el mismo proceso: identificar, actuar. Esto es indispensable en muchas estrategias terapéuticas, y recordad que no es algo sencillo, aunque podemos aprender a hacerlo paulatinamente (la práctica hace al maestro).