El control no siempre es real, a veces al algo ficticio que creamos para sentirnos poderosos. Esto sucede en algunas patologías mentales, como en los trastornos alimentarios o el TOC.

¿Cómo se puede controlar algo que es incontrolable?, o más bien: ¿Cómo se puede controlar algo que nos controla a nosotros?

Las enfermedades mentales son, en sí mismas, un descontrol. Se pierden capacidades, no se gestionan bien las emociones, y en algunos casos, incluso la memoria o la cognición se ven afectadas. Por eso, en los trastornos “del control”, el fin mismo de la patología es una paradoja.

Como dicen muchos colegas, y la frase es casi ya una coletilla: “el control lleva al descontrol”. Y es totalmente cierto.

Los trastornos del control suelen derivar de personalidades exigentes, perfeccionistas, neuróticas y, valga la redundancia, controladoras. Éste control se vuelve patológico cuando es desmesurado o irreal. Porque seamos realistas: este tipo de personas son muy valoradas en la sociedad occidental, y pueden adaptarse muy bien en el trabajo, por ejemplo. Pero es cuando estas facetas se vuelven extremas y ocupan otras áreas de la vida, cuando aparece el problema.

Por ejemplo, un obsesivo de la limpieza querrá dejar su casa impoluta, el problema es que su ideal de limpieza es inalcanzable, y por mucho que limpie, nunca verá realizada su fantasía. Por lo tanto, el control sobre su casa y la limpieza, es incontrolable: al final la persona ya no domina su vida, es su obsesión quien lo hace.

El dilema en la terapia con estos pacientes es: ¿cómo hacer que se “descontrolen” sin que sufran en demasía? Porque seamos sinceros: la única forma de mejorar de estos pacientes, es dejarse llevar… algo que no entra en sus esquemas. El libre albedrío o la “dejadez”, “el riesgo”, etc., según ellos valoren ese descontrol, es demasiado duro de afrontar. Muchas veces la resistencia al inicio del tratamiento es la falsa creencia de que el poco control (obsesivo) de sus actos, puede llevarles a algo terrible (engordar, enfermar, provocar accidentes, etc.), pero sabemos que, objetivamente, esto no es así.

En realidad, lo más paradójico, es que el “sobre control” les lleva a empeorar física y mentalmente: una anoréxica restrictiva pone en peligro su vida, y un obsesivo de la limpieza se daña físicamente al limpiarse en exceso. Es aquí donde vemos que el control es falso, y muy dañino para éstas personas. El problema es hacérselo ver a ellos, cosa que es difícil de hacer en la mayoría de los casos.

Es por ello muy importante fomentar un vínculo terapéutico y una confianza hacia el psicólogo o psiquiatra. La única forma de curarse es “ceder el control” a otra persona (y esto es muy complicado, puesto que los estándares del control entendidos por el paciente son propios, e inalcanzables o incomprensibles por parte de otras personas).

Sin embargo, es fundamental “arriesgarse” (otra dificultad a asumir por parte del paciente) y poner en manos de otra persona las decisiones sobre temas que afectan de forma patológica a la persona afectada. Por ejemplo, en un trastorno alimentario deberemos asumir que otros decidan qué vamos a comer, o en un TOC, el terapeuta deberá decidir qué conductas se deben dejar de realizar.

En realidad, en cualquier tipo de terapia psicológica, el vínculo, la confianza y ceder el control son fundamentales para que el paciente pueda mejorar, independientemente del tipo de patología que presente. Sin embargo es importante señalar que los “controladores” deberán arriesgarse más que otros, puesto que la terapia pasa por dejar de lado el control y empezar a ceder responsabilidades.

En realidad, el paciente es el que va a seguir teniendo el control todo el tiempo: el control de decidir si quiere salir de la patología o quiere permanecer en ella.