Convivir con alguien con un trastorno mental es muy complicado. Por un lado, hay una gran implicación emocional que contribuye al estrés y a pasarlo mal cada vez que el familiar o el amigo sufre una crisis o no puede realizar algunas actividades por sí mismo. También existe el famoso síndrome del cuidador quemado, en el que el coterapeuta tiene que estar prácticamente las 24 horas pendiente por si surge algún problema, y eso hace que se olvide de sí mismo y no tenga tiempo libre para realizar otras actividades.

Otro tema es el que algunos familiares de personas con patología me han comentado: “A mí nadie me avisó de lo que suponía estar conviviendo con alguien con éste trastorno”. Es decir, algunas cosas que suceden en la cotidianidad de un trastorno grave no se suelen informar a los familiares, y éstos “se encuentran con el agua al cuello” en muchos casos sin saber cómo reaccionar o qué esperar.

Para suplir un poco éstas dificultades, aquí van unos consejos y advertencias que ayudarán a los familiares de personas con patologías mentales graves o crónicas a sobrellevar mejor la situación:

–       No es él/ella, es el trastorno: Las personas con patología mental grave pueden experimentar conductas o reacciones muy diversas, entre las que se encuentran la ira, los comportamientos autodestructivos, etc. En estos casos, no es raro que el enfermo culpabilice o se enfrente al cuidador por temas triviales haciendo “una montaña de un grano de arena” y se llegue a situaciones insostenibles. Es importante tener en cuenta que todas estas acciones son culpa de la patología. Si cuidas de alguien con problemas de éste tipo, debes separar el trastorno de tu ser querido, sólo así serás capaz de no enfadarte o frustrarte en exceso cuando haya brotes o enfrentamientos.

–       Algunas cosas no se pueden arreglar en casa: porque se trata precisamente de un problema mental grave, es importante tener en cuenta que el cuidador o coterapeuta no es responsable ni debe asumir ciertas situaciones que algunas veces pueden llegar a ser límite. Tener a mano teléfonos de urgencias, psiquiatras de referencia o incluso de unidades de agudos es una buena herramienta para tener a mano en éstas situaciones. Si se llega a pedir ayuda externa, es importante tener muy claro que no se está perjudicando al enfermo ni se le está “fallando”, en realidad se le está ayudando.

–       Busca tiempo para ti mismo: Porque cuidar de alguien es un trabajo casi a tiempo completo, se necesitan vacaciones (para evitar el síndrome del cuidador quemado). Algunos coterapeutas no buscan ayuda ni se toman un descanso porque se sienten culpables al “dejar” a su familiar. Pero esto es un error: recordemos que si uno no está bien, difícilmente podrá cuidar de otra persona.

–       Felicita los avances, no critiques los retrocesos: Nadie como un familiar o compañero de una persona con trastorno mental grave sabe mejor lo difícil que es mejorar la sintomatología. Por eso mismo, es importante que se apoyen emocionalmente los avances en la terapia y en la vida cotidiana. Debemos procurar no culpabilizar o criticar al enfermo si “recae” o tiene más problemas de lo normal: eso sólo empeorará las cosas y haremos que baje su autoestima.

–       Pregunta, pregunta y pregunta: Es importante conocer la patología y lo que podemos hacer para mejorar la calidad de vida de la persona que tenemos a nuestro cuidado. Por ello, recomiendo a los coterapeutas que pregunten todas las dudas que les vayan surgiendo al psicólogo o psiquiatra, además de hablar sobre las emociones que siente la persona afectada y no tener miedo de preguntarle a él o ella las dudas que puedan ir surgiendo en el día a día.