¿Está peor vista una mujer con patología que un hombre con patología?

¿Se vive mayor discriminación, estigma o desconocimiento por el hecho de ser una mujer enferma?

Me he planteado éstas cuestiones a lo largo de mucho tiempo y finalmente he querido ponerme manos a la obra y preguntar a varias mujeres con patología y experiencia en terapia lo que piensan ellas de todo esto. 



Los resultados están aquí: son preocupantes.

Diferente diagnóstico, mismas experiencias

La mayoría de mujeres (no solamente las de mi estudio) acuden a consulta por problemas del estado de ánimo o de ansiedad. No es extraño tener una patología “principal” y acudir a terapia por problemas relacionados con ésta, como el malestar emocional. Así que aunque el motivo de consulta sea otro, a veces se descubren problemas más importantes a tratar. 

Algunas de las mujeres encuestadas tienen otras patologías más variadas: TOC, TEA (trastornos del espectro autista), ansiedad, trastornos de la conducta alimentaria, trastornos de la personalidad o ideación suicida. Lo curioso es que, aunque la patología sea distinta, la forma de ver la relación que existe entre género y terapia es bastante similar.

¿Por qué no se mejora en terapia?

Antes de entrar en temas de género, me importaba saber cómo había sido la terapia para las chicas: ¿habían podido aprovecharla, mejorar la sintomatología? Las respuestas me han dejado muy decepcionada con algunos de mis colegas.

Para la mayoría de ellas, la experiencia ha sido pobre, e incluso contraproducente en algunos casos. Lo realmente alarmante es que muchas mujeres me cuentan que la experiencia ha sido mala precisamente por el tipo de terapeuta que han tenido, o por cómo se han sentido tratadas en sesión.

¿Estamos los psicólogos descuidando la relación terapeuta-paciente? Siempre he creído que una parte tan importante como la relación con nuestros enfermos no se trabaja lo suficientemente en la facultad. Recuerdo que tuve una sola clase (durante los cuatro años que duró mi formación) que trataba de este tema fundamental en una profesión como la nuestra, donde trabajamos con personas vulnerables. Desconozco si a día de hoy esto sigue siendo así, pero ojalá muchos de nosotros empecemos a centrarnos más en las personas, y no tanto en los diagnósticos.

Por otro lado, no todas las chicas han tenido experiencias desagradables en terapia: algunas me cuentan que se han sentido bien y han podido mejorar la sintomatología. Una conclusión importante en este grupo es que todas explican este fenómeno positivo por la actitud que tuvieron en terapia (“me esforcé y mejoré”, “trabajé muchas cosas y pude conocerme”,…). Es decir: los pacientes deben sentir que un peso muy importante (si no todo) del proceso de recuperación está en sus manos, pues así su experiencia terapéutica mejorará y obtendrán mejores resultados.

¿El género influye en el proceso terapéutico?

Muchas chicas me han comentado que no han notado que su género tuviera un peso importante a la hora de tratar sus problemas, pero debo puntualizar que la mayoría que me contestó en ese sentido también había querido ser tratada por una terapeuta mujer.

Las mujeres que sí han notado que había un problema por el mero hecho de ser mujeres han explicado sus motivos: muchas de ellas no se han sentido comprendidas (sobre todo en servicios de urgencias o atención primaria, donde las han hecho sentir “exageradas”, “histéricas” o “locas”), algunas han recibido comentarios inapropiados por parte de colegas como que “todo lo que les pasa tiene que ver con desajustes hormonales propias de chicas jóvenes”, e incluso han recibido comentarios misóginos que no han hecho más que empeorar su estado mental.

¿Hay más estigma por ser mujer y tener un trastorno mental?

Todas las respuestas que he recibido apuntan a una dirección: sí.

Las mujeres somos las histéricas, las locas, las exageradas, las débiles, las inestables, las que tienen problemas hormonales (como si los hombres no tuvieran hormonas), las que quieren llamar la atención y las que fingen estar peor de lo que están.

Existe un imaginario colectivo en el que una mujer con trastorno seguramente exagera la sintomatología o no es suficientemente fuerte o está capacitada para solucionarlo, al contrario que los hombres. Si un hombre acude a terapia lo hace porque realmente esté muy mal y lo necesite (recordemos que el hombre es el sexo fuerte), mientras que una mujer a la mínima “se tuerce”.

También me han comentado las chicas encuestadas que las mujeres son retratadas en los medios como volubles y con personalidades complicadas o histriónicas. Eso favorece a que el entorno no se tome tan en serio si alguna de nosotras acude a terapia, precisamente por esta distorsión que existe a ojos de las demás.

Sobra decir que todas estas etiquetas son misóginas y altamente preocupantes, puesto que a día de hoy se siguen manteniendo. También debo añadir que conozco casos donde los terapeutas no se toman en serio a los pacientes por ser mujeres, o les recomiendan que se apoyen en un hombre para mejorar su situación. Muy preocupante.

¿Qué se debe reivindicar en referencia al género y la salud mental?

Las mujeres encuestadas han propuesto cosas tan interesantes como éstas:

Dentro de la comunidad de enfermos mentales, las mujeres acarrean doble estigma (por estar enfermas y ser mujeres). Debemos apoyarlas y darles visibilidad sin que haya ideas preconcebidas sobre ellas. Debemos poder decir sin miedo que vamos a terapia o nos medicamos, sin que se nos tache de débiles o locas. Sin que se nos vea como a objetos frágiles que han de ser tratados con cuidado para no romperse.

La locura femenina o la histeria son solo mitos desfasados. Si tenemos ansiedad no es que estemos “nerviosas”, si tenemos depresión “no estamos tristes”,… Aprendamos a dar valor a las cosas realmente importantes. Ser mujer no quita validez a lo que tengamos.

Los profesionales de la seguridad social deben ponerse las pilas, no solo por lo que se refiere a listas de espera eternas para atender a una persona con problemas mentales, sino por el trato dado a las pacientes, muchas veces carente de empatía o haciendo sentir mal a la enferma. Si no mejoramos entre todos el trato hacia nuestros pacientes, el miedo a acudir al psicólogo o psiquiatra seguirá vigente en la sociedad.

Y por último, una reivindicación que considero muy original y necesaria: que haya sororidad (apoyo incondicional) a las chicas que tienen trastornos mayoritariamente femeninos como el trastorno límite de personalidad o los trastornos alimentarios. Debemos apoyarnos todas las mujeres, sanas o enfermas, ante el doble estigma que acarrean todas aquellas chicas enfermas.

Quiero agradecer a todas aquellas mujeres que ha participado en este modesto estudio. Gracias por contestarme sin miedo y por dar visibilidad a las chicas que tienen un trastorno mental.