Padecer un trastorno mental tiene sus cosas buenas, y hoy hablaré de una de ellas: los cambio perceptivos que se dan, casi por arte de magia, al empezar a ver el mundo de manera distinta. Esto puede resultar fatal en muchos contextos, pero lo cierto es que focalizar la atención en aspectos otrora banales puede darnos una perspectiva distinta de las cosas, y sobre todo, nos puede ayudar a entender cómo pensamos y a saber que podemos aprender a pensar diferente.

Cuando se tiene TOC, el sistema mental que regula nuestra atención se especializa en los pequeños detalles (que pueden amargarnos la existencia). Por ejemplo, alguien con miedo a contaminarse tendrá un “radar” para identificar todos aquellos elementos sucios o contagiosos (que para la mayoría de personas carecen de esos atributos). Una persona con TOC de ordenación o simetría percibirá mejor que nadie aquellos elementos que no siguen un patrón u orden, incluso detectará a simple vista si alguien ha tocado sus cosas, fijándose en detalles pequeños y precisos de su entorno que para la mayoría pasarían desapercibidos. Un obsesivo puro no podrá parar de prestar atención a esos pensamientos o elementos externos que le disparan las dudas y las rumiaciones.

Focalizar la atención en aquellas cosas que provocan malestar o ansiedad es un rasgo común en las personas con TOC, así como en pacientes con ansiedad (por ejemplo en las fobias), trastornos somatoformes (como la hipocondría), e incluso en trastornos como los de la conducta alimentaria: una persona con anorexia nerviosa estará constantemente pendiente de las calorías, los alimentos prohibidos, conductas que hacen quemar calorías, etc., hasta tal punto que no podrá dejar de pensar en la comida y en la necesidad de gestionar todos esos elementos, sintiendo que hay “algo” que le aboca a fijarse en esas cosas.

Fijarse en estos detalles es algo que sucede de forma involuntaria, es inmediato y altamente egodistónico para el que lo experimenta. Quizás al inicio sí hay una cierta búsqueda de elementos “peligrosos”, pero con el tiempo la facilidad de focalizar la percepción en elementos concretos parece que entra en modo “piloto automático”. Esto se debe a la capacidad de aprendizaje que tenemos los humanos: hacer cambios a nivel cognitivo puede resultar muy sencillo si aquellos estímulos que nos hacen actuar de forma condicionada son potentes (y no hay nada más potente que el miedo).

Pero he empezado hablando de esto como algo positivo, y es que tener una alta capacidad de focalización puede ser muy beneficioso en ciertos aspectos. Para empezar, ser consciente de que un trastorno puede potenciar nuestra capacidad de atención y alerta es revelador. Conocerse a uno mismo a través del sufrimiento es necesario, pues sufrir por nada es el más grande de los desperdicios.

Canalizar esta capacidad hacia otros aspectos de nuestra vida puede resultar muy positivo. Un ejercicio muy sencillo para probar esto, es:

Alzar la mirada del suelo hacia el cielo (si tienes miedo a pisar algo sucio, seguro que puedes focalizar tu gran capacidad de atención hacia los edificios de tu alrededor y descubrir detalles increíbles que nunca habías percibido)

Fijarse en el exterior y dejar de prestar atención al interior (si tienes miedo a enfermar, deja de buscar síntomas o desajustes corporales y céntrate en tu contexto, en tu ambiente, y descubre cosas apasionantes)

Emplear esa mirada precisa y minuciosa en algo completamente distinto (ayúdate de tu capacidad para analizar todos los aspectos y mejora tu rendimiento laboral o entiende mejor las pequeñas sutilezas sociales)

Busca aquello que te libere, y no aquello que te hunde en el miedo: sabes que tienes una facilidad increíble para fijarte en ciertas cosas, sólo tienes que cambiar el rumbo de tu mirada.