Todos hemos sentido impulsos extraños en algún momento de nuestra vida. Imaginad por ejemplo, al estar en una altura considerable: a veces no se os ha cruzado un pensamiento como “parece que me puedo tirar”. Absurdo, ¿verdad?

El sentido de supervivencia que todos los seres humanos tenemos (repito, todos, para lo que voy a contar a continuación), nos hace descartar inmediatamente ese pensamiento de “¿y si me tiro…?” e incluso nos podemos llegar a reír de ese absurdo.

Las personas que padecen fobia de impulsión suelen tener ese tipo de pensamientos muy a menudo. Temer por si se daña a uno mismo o a los demás es muy angustioso y es vivido como algo horrendo, ya que este tipo de obsesiones son como las otras que se dan en el TOC: egodistónicas. Eso significa que son vividas como algo que el sujeto jamás realizaría o quisiera ni siquiera pensar.

Los objetos cotidianos se convierten en posibles amenazas para el obsesivo: cuchillos, martillos, objetos pesados,… se tornan armas a usar contra él o sus seres queridos. Los escenarios por los que todos estamos acostumbrados a transitar son temidos: vías del tren, alturas, la carretera… Los pensamientos no dan tregua y puedes surgir en cualquier contexto.

Lo que es paradójico en este tipo de obsesivos es la mezcla entre el miedo y el (falso) deseo. Porque muchas veces, estos pensamientos son tan intrusivos y tan vividos como “reales”, que los sujetos que los experimentan pueden llegar a pensar que quizás sí, quizás ellos de verdad desean llevar a cabo esas acciones. Esto es lo que suele suceder con casi todos los tipos de obsesión. Pensemos por ejemplo en el fenómeno del pensamiento mágico: uno cree que lo que piensa es cierto y puede llegar a pasar.

Pero lo cierto es que eso es una distorsión cognitiva, y por lo tanto, ni se desea dañar a un familiar ni se va a hacer por el mero hecho de pensarlo. Incluso se podría uno esforzar a pensar en clavarse un cuchillo en la mano durante largo rato y eso no se haría realidad. Y eso no pasaría por dos razones: el instinto de supervivencia que todos poseemos y porque existe un “aferramiento” a la realidad en los afectados de TOC.

Aferrarse a la realidad con uñas y dientes es lo que produce uno de los síntomas de éste trastorno: la necesidad de control. Controlar lo que hacemos, lo que pensamos, lo que los demás hacen, etc., es lo que nos diferencia de otros trastornos y lo que hace que siempre estemos “hiperalertas” a todo lo que se nos cruza por la cabeza.

Volviendo al principio, eso es lo que hace que esos pensamientos sean tomados como importantes e incluso motivo de alarma. Otras personas los experimentan y no les dan importancia, pero la necesidad de control que tienen los obsesivos produce una ansiedad y una señal de alerta ante esa imagen mental. Y eso, a su vez, produce que se tenga que analizar el por qué se ha pensado eso, y, en última instancia, una preocupación excesiva: “si he pensado que le voy a clavar un cuchillo a mi hermano, seguramente es porque en el fondo, quiero hacerlo, porque, si no, ¿por qué lo he pensado?”.

Pues seguramente se ha pensado porque “los caminos del cerebro son inescrutables”, porque hay miles, millones de imágenes extrañas que se producen día a día, sin ningún motivo. Porque hay personas con más imaginación, más creativas, más ansiosas o más obsesivas, y punto.

La mente a veces nos juega malas pasadas, pero en esos casos, son eso: juegos.