El código deontológico de la profesión de psicólogo expone que la deontología profesional se debe regir por el “respeto a la persona, protección de los derechos humanos, sentido de responsabilidad, honestidad, sinceridad para con los clientes, prudencia en la aplicación de instrumentos y técnicas, competencia profesional, solidez de la fundamentación objetiva y científica de sus intervenciones profesionales”. Esto, que es algo fundamental en cualquier relación humana, se hace más importante si cabe en una relación terapeuta-paciente, pues una de las partes implicadas está en una posición de vulnerabilidad emocional.

Los psicólogos debemos tener clara nuestra posición y nuestro rol (ayudar por encima de todas las cosas) y actuar en consecuencia. Mentir, crear falsas expectativas, no derivar si es preciso, aprovecharse del estado emocional del paciente para alargar la terapia innecesariamente, herir o humillar en sesión al usuario y otras prácticas similares (que tristemente se dan en nuestro gremio), deberían ser denunciadas siempre que se detecten.

Un psicólogo siempre debería ser humano, compasivo, empático y profesional. Esto lo tenemos muy claro al principio, pero con el paso del tiempo uno puede adquirir ciertos dejes, tener menos tiempo que dedicar a los pacientes, sufrir de burnout, o adquirir un cierto estatus que puede dificultar ese compromiso al que todos nos aferramos al salir de la facultad y al ponernos frente al primer paciente. Naturalmente, hay terapeutas con muchísimo rodaje y prestigio y muchísima humanidad. Aún así, todas esas cosas pueden hacer mella en algo tan sencillo como el dar un trato “humano” al usuario.

Hay personas que se quejan de que algunos médicos son fríos en consulta, que a veces no resuelven las dudas o no son suficientemente cálidos con sus pacientes. Ésta misma situación se da en terapia psicológica, en muchos despachos a lo largo y ancho del país.

A todos nos gusta que nos atiendan bien, sobre todo si estamos enfermos y tenemos que confiar en ése doctor que nos ha tocado o hemos escogido. Pues a mi parecer, precisamente por ello, porque cuando uno acude al psicólogo está perdido y asustado, se siente vulnerable e indefenso, un terapeuta debería ser un referente en tratar bien a sus pacientes, atendiéndolos de la mejor manera posible, poniéndose en el lugar de ésa persona, no mirarle nunca por encima del hombro o siendo prejuicioso. Y debería ser también humilde, y si no puede abarcar el caso, derivarlo.

Esto que estoy escribiendo, que a todas luces parece una cuestión de lógica pura, no siempre sucede. Es por ello que creo, debido a mi posición como terapeuta y paciente, que hay algunas cosas que todos los psicólogos deberíamos hacer en consulta, indiferentemente de la corriente que trabajemos o del tipo de pacientes que tengamos:

–       No juzgar. Porque da igual el estatus del paciente, de su experiencia vital o de sus relaciones personales. Nosotros más que nadie deberíamos tener la mente abierta y saber que a veces las apariencias engañan.

–       Ser humanos. Porque a veces un gesto ayuda más que tener un máster.

–       No mentir. Ni sobre nuestra formación (que ya es un delito), ni sobre las expectativas que le vayamos a crear al paciente. La sinceridad es la mayor prueba de que somos profesionales.

–       Derivar. Porque si no estamos suficientemente formados, nos afecta emocionalmente o no sabemos qué más hacer con un paciente, debemos pensar siempre en lo que es mejor para él o ella, y derivar el caso puede ser la solución.

–       Querer ayudar. Porque a veces, con el paso del tiempo, se puede perder esa emoción del principio, el gran amor a la profesión. Si nuestro trabajo no nos encanta, quizás es momento de parar y pensar qué es lo que necesitamos para seguir deseando ayudar a los demás.