El trabajo terapéutico es cosa de dos (o de tres, dependiendo del tipo de terapia que se aplique o de las personas implicadas en el problema). Lo que está claro es que uno mismo necesita ayuda para poder solventar esos problemas emocionales, y a su vez, el terapeuta no hace nada solo: la terapia es un trabajo de equipo.

Algunas personas creen que acudir al psicólogo significa ceder el control al terapeuta y que él se encargue de solucionar los problemas, pero eso no es exactamente así. De lo que realmente se trata es de trabajar conjuntamente en esas dificultades, pues aunque el profesional se encargue de enseñar técnicas o aconsejar cómo proceder, si el paciente no se moviliza para cambiar, poco se va a lograr.

Según la corriente utilizada en terapia, habrá más o menos implicación por parte del paciente, pero yo soy de la opinión de que cuanto más se esfuerce y trabaje la persona que tiene el problema, antes se solucionarán las cosas.

Pero: ¿qué sucede cuando tenemos a un paciente que no sigue las pautas? El resultado es que se pierde tiempo y dinero, simple y llanamente.

Hay que asumir que el paciente no siempre estará dispuesto a trabajar con las pautas que se le den. Algunas patologías como los TCA o el TOC suponen una gran resistencia al cambio, ya sea por la poca consciencia de enfermedad o porque no se quiere dejar de realizar el comportamiento patológico. Aún así, cuando se crea un buen vínculo terapéutico suele ser mucho más sencillo ceder el control y sobretodo confiar en el terapeuta, y es ahí donde empieza la magia.

En otros casos, al inicio de la terapia, es muy complicado que un paciente se implique, ya que los recursos de los que dispone suelen estar “enterrados” debajo de los problemas emocionales (pensemos en una persona con depresión: por muchas ganas que tenga de sentirse mejor, al inicio no será capaz de hacer grandes cambios, la patología se lo impide).

Es importante que los terapeutas sean conscientes de estas dificultades a la hora de exigir cambios a sus pacientes. Lo fundamental es crear un buen ambiente, ir construyendo el vínculo entre ambos e ir al ritmo del paciente: cada persona necesita su tiempo.

La peor circunstancia de da en los casos en los que el paciente acude obligado a terapia, o lo hace por algún tipo de beneficio secundario (social, judicial, etc.). En éstas circunstancias es muy difícil conseguir mejoras (seguramente, porque el mismo implicado no quiera que se produzcan). También tenemos que asumir que a veces no se puede hacer nada para ayudar a un paciente, y en ésos casos las opciones a seguir son dos: esperar a que el paciente quiera cambiar, de forma voluntaria y consciente, o derivar a otro profesional.

Sea como sea, cambiar la forma de proceder en el día a día, variar los hábitos y exponerse a un camino emocional arduo, donde se debe aprender a cambiar la visión sobre el mundo y un mismo, no es nada sencillo. Los terapeutas somos conscientes que hacer terapia es duro, y por eso mismo es fundamental que la sinceridad sea una prioridad, para saber si estamos dispuestos a emprender éste viaje juntos.