Tengo un gato. Para muchos de vosotros el simple hecho de imaginarlo puede suponer estrés. No os voy a engañar: hay momentos en los que hace trastadas. Esta mañana, por ejemplo, me he encontrado al llegar a casa todo mi neceser (!!!) esparcido por el salón. Sí, ya podéis respirar.


Tener un animal de compañía puede resultar altamente estresante, sobre todo cuando se produce la adaptación (del animal a nosotros y viceversa). Además, hay muchos elementos que pueden provocar que una persona con TOC se desestabilice, independientemente del tipo de obsesiones que tenga. Para ilustrar lo que digo, os voy a poner en situación:

-El gato tira tus pertenencias más sagradas al suelo (válido para ordenadores, verificadores y limpiadores).

-El gato defeca en la cama (los limpiadores ya habrán dejado de leer el post en este punto).

Este par de situaciones me han ocurrido ya, y solamente hace un mes que tengo al colega en casa. Pero hay muchos más elementos disparadores de ansiedad: el pelo, el arenero, la comida, los arañazos, los regalos (los gatos suelen “obsequiar” a sus dueños con animales muertos, como insectos o pájaros).

Aún así, los gatos son unos de los animales más usados en terapia. Las personas con autismo, especialmente, se relacionan muy bien con estos animales. No voy a hablar de las ventajas de tener un gato en casa, todos las conocéis. Y no, no es solamente por eso por lo que tengo a mi nuevo amigo a mi lado: lo tengo porque quiero.

Siempre he querido tener a un nuevo gato en mi vida, y el TOC no me lo iba a impedir. Eso es, precisamente, por lo que mi gato me salva cada día: me hace ver que vale la pena atreverse a hacer lo que se quiera, sin importar las consecuencias, porque la recompensa supera con creces los momentos malos.

Obviamente, hay momentos en los que me pongo nerviosa o siento asco, pero gracias al minino, me enfrento a ellos (no me queda más remedio).

Mi gato me ha enseñado que me puede poner nerviosa, pero que al cabo de un segundo me he olvidado de la ansiedad y estoy disfrutando viendo cómo me lame la mano. Me ha enseñado que en la vida de una persona con TOC, vale la pena pasarlo mal porque después de eso se obtienen cosas maravillosas.

Mi gato me ha enseñado a relativizarlo todo. Si hace unos meses ver mi cepillo en el suelo me hubiera llevado a un ataque de pánico, ahora simplemente sonrío al pensar cómo ha conseguido sacarlo del neceser.

Y mi gato me ha enseñado a olvidarme del TOC, a sentirme de nuevo normal durante muchos momentos que antes me parecerían imposibles de vivir desde la tranquilidad.

He aprendido lo que, en el fondo, ya sabía: que no pasa nada porque algo salga mal, que no es el fin del mundo, y que, más allá del mal rato, la vida sigue.

Ah, por cierto, también tengo un hámster.