Frente a la recuperación de una patología –o incluso una mejoría- los familiares y amigos se alegran al igual que el paciente. Aunque haya casos paradójicos, donde los roles se tienen que cambiar y eso puede suponer ciertos problemas, en la mayoría de ocasiones es una situación a celebrar.

Muchas personas creen que cuando su ser querido empieza a remontar, a comportarse y pensar de forma más normalizada, las cosas se restablecerán. De alguna forma, existe la fantasía de que se ha cerrado una etapa –la patología, los problemas, el malestar- y que a partir de ahora las cosas siempre van a ir a mejor.

Es importante señalar que esto no siempre es así: pocos problemas de salud mental se “curan” para siempre, lo más frecuente es que existan recaídas o pequeños deslices que pueden hacer reflotar ciertos síntomas. Preparar la prevención de recaídas es muy importante para el paciente, pero también para las personas que conviven con él, que son las que muchas veces advierten ciertos riesgos o síntomas antes de que el propio paciente se dé cuenta.

Aun habiendo sido informados de este fenómeno, muchos familiares o parejas siguen elaborando esa fantasía en la cual no existe la posibilidad de “volver atrás”. Cuesta mucho asimilar que un ser querido ha pasado por el arduo proceso de aceptación, trabajo y recuperación, para tener que volver a someterse al esfuerzo de luchar contra la patología. Es por ello que algunas personas se cierran en banda a la hora de afrontar que un familiar sufre una recaída y pueden darse muchas formas de mostrarlo:

–       Negar la evidencia: no hacer ningún caso a las pruebas más que evidentes de que un familiar está mal, ignorando por completo las señales. Un ejemplo de ello sería una madre que hace caso omiso a la restricción alimentaria de una hija que ha sufrido un trastorno de la conducta alimentaria.

–       Castigar y culpabilizar: el enfado y la frustración pueden aparecer como muestra del dolor al ver a un familiar pasarlo mal de nuevo. Un ejemplo de ello sería el padre que se enfada ante un nuevo ataque de ansiedad de su hijo o una conducta evitativa. Si hay mal ambiente en casa lo único que sucederá es que la sintomatología aumentará exponencialmente.

–       Sacarle importancia: algunas conductas problemáticas se perciben e incluso se aceptan, pero no se relacionan con una recaída. Un ejemplo de ello podría ser un hombre que ve como su pareja empieza a levantarse tarde, pierde el apetito y no muestra interés por realizar actividades de ningún tipo. Aunque esta mujer haya salido de una depresión, su pareja intentará justificar esta sintomatología como un “bache”, sin darle la importancia que merece.

¿Cuál es entonces la forma más adecuada de afrontar una recaída de alguien a quien queremos? No hay una única fórmula para ello, dependerá del grado de confianza, intimidad y comunicación que exista en casa, pero lo más importante es no esquivar el problema, afrontarlo de cara e intentar mostrar una actitud proactiva y de ayuda, sin alarmarse pero tampoco sin querer minimizar el problema.