Me voy a morir, me ahogo, no sé qué está pasando, no puedo más, no puedo respirar, necesito ayuda… Todos estos pensamientos pueden aparecer durante el transcurso de un ataque de ansiedad.

Este fenómeno es más habitual de lo que pensamos y todos, a lo largo de nuestra vida, podemos experimentar al menos un episodio. Los ataques de ansiedad o pánico son frecuentes en personas que tienen algún tipo de trastorno de la ansiedad, pero también en gente con otras patologías o en individuos sanos sometidos a circunstancias altamente estresantes o como respuesta a situaciones límite.

Los ataques de ansiedad no siempre se presentan con los mismos síntomas. Es cierto que a nivel popular entendemos que cursan con sensación de ahogo, taquicardias, mareos o incluso desmayos, pero pueden incluir síntomas no tan típicos como la despersonalización o desrealización. Estas manifestaciones clínicas son vividas como sucesos extraños e incomprensibles y llegan a asustar mucho a quien los padece por el mero desconocimientode lo que está sucediendo.

La desrealización y la despersonalización son fenómenos bastante habituales dentro de la clínica y se experimentan como sensaciones de irrealidad o de vivir la situación desde fuera de uno mismo. Se toma una distancia cognitiva del contexto y por eso uno mismo siente como que está soñando o que tiene alterada su consciencia.

Otro síntoma que raramente se asocia a un ataque de ansiedad es la agresividad. No pocas personas reaccionan al estrés de forma violenta contra uno mismo o los demás, hasta el punto de llegar a perder los papeles. Esto no tiene por qué significar cometer ninguna agresión física, pero sí son comunes los insultos o arrojar objetos. Esto se produce por el elevado nivel de estrés y los pocos recursos del individuo para afrontarlo.

Los lloros y el aislamiento también son síntomas que se pueden dar durante un ataque de pánico. La persona se bloquea y es incapaz de poder afrontar su estado de otra forma.

Una alteración tan elevada del sistema nervioso simpático (que se activa en momentos de peligro para poder afrontarlo de dos maneras: lucha o huída) sin duda causa efectos a nivel orgánico y también emocional. Muchas veces se incide en la parte física de un ataque de ansiedad, pero poco se comenta el malestar que provoca a nivel cognitivo y emocional: la persona se siente mal, en descontrol, débil, perdida y su autoestima puede bajar si estos episodios se dan con mucha frecuencia.

Además, uno aprende que los ataques pueden aparecer en cualquier momento (incluso en situaciones aparentemente seguras), lo que propicia que la persona evite ciertos comportamientos o contextos y tenga miedo de que se vuelva a repetir un episodio.

Tenemos que perderle el miedo a la ansiedad, saber que es algo normal en nosotros y que los ataques, aunque sean muy molestos, no nos pueden hacer daño. Lo más importante es esperar a que baje la ansiedad (siempre lo hace) y relativizar en la medida de lo posible el ataque de pánico.