Tengo miedo de hacer algo que no voy a hacer. Esta premisa es una paradoja en toda regla. Si algo no tiene sentido, cómo puede dar miedo? Ahí entra el TOC.

Las fobias de impulsión son bastante comunes en personas afectadas de trastorno obsesivo compulsivo. Se tratan de pensamientos altamente ansiógenos donde el contenido trata de hacer algo que va contra la integridad de uno mismo u otros.



Normalmente son de tipo violento o sexual. En nuestra cabeza se reproducen imágenes o contenido verbal de nosotros hiriéndonos o hiriendo otras personas, normalmente seres queridos. Vamos, lo más agradable del universo (nótese la ironía).

También hay la versión que a mí me gusta llamar “feeling the moment”, cuando uno está delante de las vías del metro y piensa “me tiro”. O cuando uno está cerca de un cuchillo y se dice “me lo clavo”. O cuando uno tiene a su hijo en brazos cerca de la ventana e idea “lo lanzo”. Naturalmente, uno no se tira a las vías, no se clava el cuchillo ni arroja a su hijo por la ventana. Simplemente, uno lo piensa.

Y ese es el punto clave para entender cómo debemos gestionar nuestra fobia de impulsión: entendiendo que es solamente un pensamiento que no se va a llevar a la práctica porque un pensamiento no equivale a una acción.

Aunque suene estrafalario, cuesta bastante relajarse aún sabiendo que eso solamente está en nuestra cabeza, ya que nos hace sentir tremendamente culpables. Es decir, ¿quién puede pensar en tirar a su hijo por la ventana o clavarse un cuchillo? Respuesta rápida: todo el mundo. El problema está en que la mayoría de las personas descartan ese pensamiento, o simplemente se dicen “vaya cosas más raras pienso”. Ahí se acaba la historia.

Los que sufrimos TOC no nos podemos desembarazar de esas ideas, y por sui fuera poco, las dotamos de algo muy poderoso: la duda. Nos decimos “si lo pienso, es que, inconscientemente, lo deseo”, “Puede que pensarlo me dé alas para que esto pase tarde o temprano, si no, no lo pensaría”.

Esta duda se transforma en una incesante obsesiónque ocupa mucho tiempo mental. Al final, uno ya no se atreve a acercarse a la ventana o a los raíles por si, al pensarlo de nuevo, acaba por realizarlo. El miedo se enquista y aparecen nuevos temores. En vez de decirnos: “vaya chorrada más grande”, y pasar a otra cosa, nos empezamos a cuestionar si estamos cuerdos y qué clase de personas somos por razonar así.

Pero hay algo que nos protege de todo eso dañino que imaginamos que hacemos: el control. Este problemón que tenemos los obsesivos (querer siempre mantener las cosas a ralla y tal y como consideramos correctas), nos priva de cometer estupideces o temeridades.

Imaginad esto: una persona que se rige por estrictos patrones morales y que siempre está pendiente de que todo lo que hace sea correcto, coge un cuchillo, sin más, y se lo clava en la mano. Extraño ¿no? Más bien, muy improbable (por no decir imposible).
Y me diréis: pero Fantástica, a veces el TOC me hace hacer cosas que no quiero, como lavarme mucho las manos o tocar objetos repetidas veces.

Y os contesto: lavarse las manos o tocar objetos es una compulsión que tiene que ver con la idea obsesiva que tengas, es decir, con tu TOC. Te lavas porque así estás “limpio, seguro, protegido”. Tocas objetos porque así “las cosas estarán bien, no habrá problemas”. Clavarte un cuchillo es la antítesis de lo que tu TOC busca: tu seguridad (seguridad patológica, sí, pero ya me entendéis). Pensar en lavarte las manos te produce tranquilidad y alivio, imaginarte tirando a tu hijo por la ventana, todo lo contrario.

Perder el control de nuestros pensamientos no significa que perdamos el control de nuestros actos. Sabemos lo que hacemos, no perdemos la voluntad.

Así que la próxima vez que se os cruce un pensamiento esperpéntico y horrible por la cabeza, desechadlo. Tiradlo a la basura, distraeros, pensad en este post o encomendaos a Cthulhu. Pero no le deis el beneficio de la duda.