La cabeza va a mil por hora, las obsesiones no dan tregua. Los pensamientos parece que se crean y se transforman, pero nunca se destruyen. Pasan de uno a otro, liándose más, formando una maraña en la cual es casi imposible no perderse.

Los obsesivos puros no suelen tener compulsiones “visibles”, sino dentro de su propia cabeza. Para los profesionales suponen un reto: ¿Es una persona introvertida, neurótica, miedosa, fóbica? ¿Qué le pasa?

Lo que pasa es que muchas veces es complicadísimo diagnosticar a alguien que “esconde” tan bien la sintomatología. No existe lavado de manos, no existe orden, no existen compulsiones de repetición, no existe simetría,… (Ojo: sí se pueden dar las compulsiones, pero los TOC obsesivos puros no suelen presentarlas, o si las presentan, la obsesividad “primaria”, la pura, se sigue escondiendo y es difícil identificarla).

Ciertamente, hay obsesivos puros que pueden presentar más de un TOC (como hemos comentado, no es raro presentar obsesiones distintas), pero aún así es difícil distinguir si se dan rituales mentales… Ojalá en el futuro podamos meternos en las cabezas de los pacientes.

Los rituales mentales son tan difíciles de identificar, que a veces ni los propios obsesivos son conscientes de que los están llevando a cabo. Hay, ciertamente, casos muy típicos (contar, repetirse frases mentalmente, imaginarse haciendo algo,…), pero otros no lo son tanto: la racionalización, el cuestionamiento, etc.  Algo tan “normal” puede usarse como un ritual, como una forma de neutralizar el miedo, es decir: como una compulsión.

Si el paciente no es del todo consciente de su propio mecanismo mental para tranquilizarse, a los psicólogos o psiquiatras nos costará identificar esos rituales (no somos adivinos, pese a lo que digan algunos).

La verbalización de lo que le pasa a uno por la cabeza, el diálogo, es nuestra principal herramienta para hallar las pistas que nos ayudan a diagnosticar y tratar, y si uno no está muy versado en ciertas patologías, está perdido. Por eso es tan importante formarse, indagar, preguntar incansablemente… hasta que el paciente nos vaya dando esas pistas. No debemos asumir nada, no tenemos que hacernos una “película”: siempre hay que estar seguros, examinar y re-asegurar lo que sospechamos.

Pero volvamos a los obsesivos puros. Una de las características que los hace similares a otros afectados de TOC es la gran angustia que presentan. Que un ritual no sea motor no significa que no sea agotador. Imaginad lo que es darle vueltas a casi todo durante todo el día: estar ensimismado en las propias preocupaciones y no ser capaz de distraerse, no poder estar relajado, tener siempre ese “motor” en el cerebro a 100 por hora.

Como otros, los obsesivos puros suelen presentar un rosario de preocupaciones, y éstas pueden transformarse incansablemente. Hay periodos en la vida en que surgen nuevos temores (muchas veces el paciente no sabe ni por qué), y la rueda va girando sin fin. Como un hámster metido en una rueda, el paciente no puede parar de correr, está atrapado en su propia carrera.

¿Qué se puede hacer para salir de esa cárcel mental? El primer paso como paciente es hablar, explicar con pelos y señales a vuestro terapeuta qué pensáis, qué os da miedo, y no tengáis miedo, valga la redundancia, a “decir chorradas” o a que se os juzgue, porque ninguna de esas dos cosas va a pasar. Los terapeutas debemos tener la máxima información para poder tratar de la mejor manera posible.

Si alguno de vosotros se siente raro, está siempre preocupado o tiene pensamientos raros, buscad ayuda: hay una salida.